Dos cascadas oculares irrumpieron, sabiendo ya por qué, de
lleno en un pesar.
Ser causa de un grave error muy caro. En peligro de lo tan añorado,
que torna hostil al más dulce pastel de crema. Es necesario un atillo, con
grosa piedra al extremo. Hurgar por dentro e introducir fuera. La grosa piedra
hundirá en el infinito todo aquello que pesaba. Lo adherido en lo abisal de los
motores.
Lo veré partir bajo mis pies y gritará –¡Soy tú!-. Y yo diré
- ¡No!-.
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