Llevo unos minutos pasando páginas. Mi intención, era transcribir exactamente la fábula de las ranas y la leche que Dmitry Glukhovsy, nos cuenta en su novela post-apocalíptica Metro 2033. No encuentro la página exacta, por lo tanto, lo voy a escribir de memoria.
“Una vez, dos ranas saltarinas, cayeron en un gran recipiente de leche fresca. Diferenciemos ambas ranas como, la rana lista, y la rana tonta. La rana lista, sabía que su final era inminente, y tras mover sus patas durante unos minutos, se abandonó a sí misma dejando de moverse y asumiendo su trágica defunción. Por otro lado, tenemos a la rana tonta. La rana tonta, ya que no sabía que podía morir, asíque continuó moviéndose y moviéndose sin parar, cada vez más y más fuerte. Al no darse por vencido y debido al movimiento tan veloz de sus patas, la leche del recipiente de la rana tonta se convirtió en mantequilla, pudiendo ésta última saltar sobre sólido y salir de la que por unos instantes había sido su tumba.”
Lo que quiero decir con todo esto, es que a lo mejor hay veces, que no es tan malo ser tonto… ¿no?
Últimamente me siento estúpido… Desde hace ya tiempo, tengo siempre esa misma sensación.
Por lo menos hoy una amiga, a través una de tantas redes sociales, me ha hecho sonreír con algo acerca de éste tema. Me decía que no soy tonto, que lo que soy es muy bueno, que ya casi no quedan chicos como yo. A lo que yo la he respondido, que es una pena que tengamos que pagar los buenos por las acciones de los malos y que me da mucha rabia, que siendo una especie en peligro de extinción, se nos trate tan mal. A modo de chascarrilo, he añadido un “siempre digo que en éste mundo, se trata mejor a los animales que a las personas”. Ella se reía después.
Todo esto viene como siempre por lo mismo. Trata de pasiones y pesares, de secretos y callares, de miradas y roces de manos. De cómo alguien se convierte en un cobarde y mira la corrida por encima del burladero. De cómo las situaciones nunca le son favorables a uno, pero ese uno ve a los demás recibir favores de la vida.
Pero siempre hay alguien peor que uno, al igual que lo hay mejor. Y hay cabezas borradoras y otras que son auténticas bases de datos.
Estoy empezando a auto apodarme a mi mismo (gracias a la otra amiga TontaINA), El Caballero del ¿Y si…? (Que curiosamente me acaba de recordar a los Monty Paython, los freaks sabrán porqué). Dicho apodo, viene por el mero hecho, de que siempre me quedo con ganas de haber hecho algo. Luego me paso horas auto flagelándome mentalmente y en ciertas situaciones, como en esta ocasión, me corren los pucheros por las mejillas.
De vuelta de algún lugar lejano y de copiloto en un vehículo, me aguantaba las lágrimas por pura vergüenza ante el conductor del auto (Y eso que si lo lee, que no creo por que lee más bien poco [es más de videos de Youtube], espero que le saque cuanto menos, una sonrisa y piense: Menudo Fish), y mordiéndome el labio, rizaba el rizo en mi cabeza. Volvía hacia las 4 paredes que recubren mi descanso diario y que contienen el núcleo de todo mi mundo interior. Durante dicha vuelta, mi músculo motor, aderezaba mis entrañas con una sensación que no experimentaba hacía ya mucho tiempo. La sensación de un niño, que abandona a sus amigos de las vacaciones, pero sobre todo, la sensación de haber dejado atrás un amor de verano, que ni siquiera llegó a serlo.
Parece que más que rana, fui sapo (anfibios similares son al fin y al cabo). Un sapo, que no se llevó el beso deseado para convertirse en príncipe, y una bella durmiente, que no se llevó el beso del príncipe para despertarse. Y es que, el príncipe, se quedó siendo tan sólo sapo, por no croar suficiente. Por ser un sapo cobarde…