lunes, 27 de agosto de 2012

Zzz


Era un pueblito de costa, de esos de leyenda. Salido de entre las líneas de unas páginas ya caducas. Se erguía sobre los cabellos de montañas de ensueño y en lo más alto, al borde de los acantilados, presidía un castillo pantagruélico.

Una antigua plaza calzada en piedra le acogía a él. Caminó torpe de un extremo a otro y rozó a su paso el agua de la fuente con el dedo. Al fondo, la puerta abierta de una casita victoriana invitaba a entrar. Cruzó la puerta y sus ojos tardaron segundos en adaptar la visión a la penumbra. En un rincón estaba ella, con el rostro iluminado por el tenue haz de luz de una vela. El brillo de sus lágrimas deslumbraba.

Ella salió corriendo. Él la siguió por lo oscuros callejones que subían al castillo. Su carrera fue a llevarle a los espesos jardines de palacio. De pronto se encontró en un camino pavimentado. Rodeado de vegetación vestida por la luz de un cielo zafiro, miró a lo lejos. Las antorchas del camino empezaron a rugir. Las llamas alcanzaron unas dimensiones monstruosas y de entre ellas se alzó un corcel. Lo montaba una armadura negra como el carbón. El caballo relinchó con fuerza y emprendió la carrera hacia él. Lo atravesó, y el muchacho pareció paralizarse de terror. Cuando por fin reaccionó, sin poder creerlo, gritó. Unas olas del tamaño de un rascacielos comenzaron a cubrir el castillo. Corrió, pero el agua lo arrastró. Se precipitó al vacío del acantilado, pero cuando pensaba que todo estaba perdido, algo lo agarró.

Tras pasar las olas, el chico pudo mirar ya hacia arriba. Una mano suave sujetaba la suya. Era su mano. Era ella.


domingo, 12 de agosto de 2012

LO ABISAL DE LOS MOTORES






Dos cascadas oculares irrumpieron, sabiendo ya por qué, de lleno en un pesar.
Ser causa de un grave error muy caro. En peligro de lo tan añorado, que torna hostil al más dulce pastel de crema. Es necesario un atillo, con grosa piedra al extremo. Hurgar por dentro e introducir fuera. La grosa piedra hundirá en el infinito todo aquello que pesaba. Lo adherido en lo abisal de los motores.

Lo veré partir bajo mis pies y gritará –¡Soy tú!-. Y yo diré - ¡No!-.