Iluso, vuelves a caer tú solo en el propio bucle de siempre.
La misma dinámica reticente de comer perdices tan sólo habiendo leído la
capitular. ¿Cómo pudiste pensar que un frasco tan bonito podría estar vacío? Ni
siquiera lo sabes a ciencia cierta y ya estás especulando. Vuelves a una de
tantas malas manías tuyas, la de pensar demasiado. Dar demasiados loopings o
vueltas de campana. El tender a re-interpretarlo todo…
En una nueva vitrina que se te plantea recientemente, hay unos cuantos frascos nuevos. Es curioso porque, aunque todos te interesan en mayor o menor grado, cada vez que abres esa vitrina emana de ti, sin querer, un acto reflejo. Nada puedes hacer al respecto… Es algo que escapa a tu control.
Un frasco. Mirar siempre que ese frasco está ahí… En que
sitio está colocado, en que posición… Ese ansia loca por agarrarlo, tocarlo,
olerlo, aspirar su suave aroma. Sobre todo, leer su etiqueta de cabo a rabo,
saber dónde se elaboró, que se ha mezclado para llegar a contener esos olores,
en definitiva conocer todos los datos sobre su perfume.
Tal vez otra de tus muchas enfermedades. Querer saberlo
todo. Acumular datos y datos…
Fortuna Dubia, Fortuna
Brevis que siempre terminó en Fortuna
Mala. Apiádate de él.
Hazle abrir las fauces y esputar el corazón. Y perdone Justicia su intromisión, su pecado. Y si
no perdona envíelo al Tártaro… Es igual… Podrá soportarlo. Sería esta la
premisa del resto de los mortales, pero no la suya. Callará, permanecerá en
silencio una más de tantas y tantas veces. Ya la madera está tan astillada, que
otra vez más sería volverlo viruta.
Se que aguardará en silencio, observando, como los ojos
relucientes de una lechuza en la noche. Un ave en su puesto de vigía tras el
ocaso. Así pasará noche tras noche, día tras día, en silencio. Habrá uno de
esos días en el que habrá un punto de inflexión, una dualidad: O todo seguirá
igual y el frasco desaparecerá con la vitrina, o por el contrario una señal
vendrá y el vigía llenará dicho frasco después de quedar vacío. Y llenarlo, y
llenarlo, llenarlo hasta que rebose. Quizás…
¡Enfermos! ¡Esquizos! Exactamente eso os llamarían ahora mis
queridos William y Gustavo… quizás lo fuisteis, nos engañasteis, nos disteis el
pego…